lunes, 29 de diciembre de 2008

Ciudad de Piedra

Corría por la calle. Se ponía el sol y hacía calor. Había niños gritando, dando patadas a un balón. El olor de los tubos de escape, el asfalto recalentado. Cucarachas rojizas en las rejillas del alcantarillado.
Corría por la calle. Sin más motivo que accionar los músculos y las articulaciones de las que empezaba a ser consciente, la coordinación, el movimiento puro, sin objeto. Y tropecé. Caí con la rodilla en el bordillo de la acera. Escuché las risas de los otros niños. Uno me ayudó a levantar. Tenía peladas las palmas de las manos. Me dolía la rodilla. Cojeé de vuelta a casa.
Después, mi padre examinando el golpe. ¿Te duele?
No mucho.
Yo, sentado en una silla, la pernera subida. Mirando por el pasillo el resplandor feo del flexo en el despacho de mi madre. El silencio persistente, apenas un rumor de hojas. Había cojeado un par de veces delante de la puerta abierta hasta que me crucé con mi padre.
Mañana te dolerá más, dijo. El cigarrillo en sus labios, balanceándose despacio. Pero no es nada. Un golpe de nada, ¿eh?
Sí...
El cigarrillo, arriba y abajo. ¿Estás bien?
Los ojos me ardían. Hasta yo sabía que era mayor para llorar por un tropiezo. Por un golpe de nada, hacía ya una hora. Apreté los dientes.
Mi padre me puso la mano en el pelo. ¿Estás bien?
Sí.
¿Tienes algo más?
Extendí las manos como un mendicante, raspadas y sucias.
Sonrió. Tampoco es nada, dijo. Vamos a lavarlo.
Y pasamos una vez más frente a la puerta abierta y la luz amarillenta y aquellos ojos oscuros siguieron atendiendo sólo la interminable sucesión de papeles, legajos, textos legales que no se acababan nunca, que siempre eran sustituidos por otros iguales, y para siempre aquel rostro delgado, de facciones duras y mandíbula tensa, inclinado sobre la mesa, la severa coleta, y la expresión de su rostro, la eterna expresión de su rostro, como si acabase de llegar a su estómago algo muy frío o muy ardiente y sólo pretendiese fingir que no había nada, nada en absoluto, nada que fuera abrasador y doloroso resbalando por sus vísceras...


Una casa en la ciudad de piedra. La puerta abierta. Entramos en un salón grande, despejado de muebles. Una par de bombillas colgando desnudas del techo. Los platos de la batería brillan. Un tipo rubio conecta los amplificadores con la guitarra colgando bajo el brazo, entre un par de micrófonos en sus soportes como dos jirafas negras y cabizbajas. Crujidos de válvulas. El sonido eléctrico de las cuerdas. Hace calor, mucho.
No es un concierto propiamente dicho, me había explicado Dani. Es como un ensayo con público. En su local de ensayo, ¿sabes dónde es?
Frente a los instrumentos, están Dani, Muerto, Brus, Marcos, y algunos tipos y tipas que me suenan de vista. – Eh- saludo. – Hola.
Giran las cabezas. Me miran. Luego, la miran a ella. Violenne está preciosa. De negro. Sonríe con timidez. Nos acercamos a la gente. Dani bebe de una lata de cerveza y hace una mueca. Violenne los va saludando. Oigo a Marcos decir: - Belén, ¿no?
Dani me señala unos cubos llenos de hielo junto a una ventana. – Píllate una birra, tío.
- Ahora- le digo.
- ¿Cómo va la cosa?
- Bien, supongo.
- Bueno, guai- dice, encogiéndose de hombros.
Violenne se acerca a Dani. – Hola.
- Hola, tú. – Se dan un par de besos. – Qué tal.
- Bien... – Violenne carraspea.
- De vuelta, ¿no?
- Sí- contesta. – Una temporada.
- Qué bien- dice Dani, serio como el cáncer. – Qué alegría.
Violenne suspira y sonríe.
Dani me mira y me señala con la lata de cerveza. – Sabes qué, tío. Tengo curro.
- Venga ya.
- En el cine, colega.
- Joder. – Empiezo a reírme. - ¿De taquillero?
- Casi. Corto las entradas, acomodo a la gente. – Se encoge de hombros. – Le grito a los niños, esas cosas. – Pega un trago a la lata. – Estoy deseando gritarle a los niños. En serio.
- Voy a por unas latas- digo. Me acerco al cubo, vigilando de reojo a Dani.
- Ajá... – dice, mirando a Violenne. – Entonces... ¿Sigues siendo tan gabacha?
- Creo que sí- responde ella. – Me han dicho que tienes tuberculosis, ¿qué tal lo llevas?
Dani arquea las cejas. – Bien. Intentaré no toser en tu presencia. – Se despide con un gesto y se acerca a Marcos.
Le doy una lata a Violenne. – Ya sabes cómo es.
- Sí, ya. Por lo menos me ha hablado.
- No es tan malo como parece.
- No digo que sea malo. – Abre la lata, que sisea y vierte espuma. – Es Dani. Lo conozco de sobra.


Más tarde, ya hay unas veinte personas en el local. Han aparecido Raquel y Sonia, y me han presentado a los otros miembros del grupo, el cantante y guitarrista, y el batería. El cantante se llama Julián y es un tipo delgado, con el pelo rubio aplastado sobre el cráneo y barba de una semana, y aspecto de estar muy colocado de algo contundente y arrasador. Lleva una camisa negra de manga corta mal abrochada y los vaqueros rotos por las rodillas. El batería lleva una camiseta roja del Che y bermudas con palmeras, cresta y una oreja atravesada por un imperdible. Si entre ellos pegan poco, al lado de Sonia nada parece tener sentido, con su largo flequillo sobre el rostro y sus Converse, una azul y otra verde. Empiezo a desconfiar por momentos.
- No sé yo si esto ha sido buena idea- le digo a Violenne en un aparte.
- ¿Por?
- Los del grupo. No tienen pinta de funcionar juntos- digo. – Sonia parece salida de la puta Rockdeluxe, el batería tiene pinta de creer que Eskorbuto siguen si ser superados, y de qué coño va el puto cantante, ¿Kurt Cobain del siglo veintiuno?
Ella sonríe. – Sí, son raros. Extraños.
- Hagamos un voto de confianza.
- Hecho- dice, y vuelve a sonreír. Me inclino y le doy un beso. Ella titubea, sus labios se tensan antes de devolver el beso de manera rápida y fugaz. Cuando he ido a recogerla, se ha comportado igual.
- ¿Te pasa algo?- pregunto.
- No...
- Es que...
- No me pasa nada.
- ¿Seguro?
- Seguro- dice. Aparta la mirada. Se muerde el labio inferior. - ¿Qué música crees qué harán?
- ¿Seguro que no te pasa nada?- pregunto, notando mi interior encogiéndose, dispuesto a recibir un golpe.
- No me pasa nada- replica. Mirándome a los ojos, frunciendo un poco el ceño.
- Bueno, vale.
Bebe de su lata. – La he terminado- dice. - ¿Quieres otra?


Julián, el cantante, se tambalea frente al micrófono con expresión ausente. La guitarra le cuelga como el fusil de un soldado borracho. Se enciende un cigarrillo. Sonia se coloca el bajo y se acerca a su micrófono. El batería prueba el bombo. Pom, pom. Los amplificadores chirrían. Hay algo místico en este instante, en estos conciertos pequeños, en lugares sin aforo suficiente ni ventilación, con iluminación paupérrima y el humo flotando como niebla. La manera en que se preparan. Conectando clavijas, tensando cuerdas, los pequeños ruidos. Los carraspeos. El rumor del público. El momento casi mágico en que la música todavía no ha tenido la oportunidad de desmentir las expectativas.
Sonia carraspea. – Ejem- dice. La gente la vitorea. Hay silbidos. – Sí, sí, vale. – Se ríe. – Bueno, esta tarde hemos tenido otra crisis de identidad, así que ya no nos llamamos Crack House... Afortunadamente. – Risas. El batería hace una mueca y sacude la cabeza. – Ahora nos llamamos The Faulkners. Como el escritor, ¿no, Julián?
Julián asiente, con la barbilla pegada al pecho. Por la manera en que la sostiene, la guitarra parece pesarle una tonelada.
- Pues eso, The Faulkners. – Sonia mira a Julián. – Nuestros temas están un poco verdes, así que hoy sólo tocaremos versiones. Pero tocaremos un montón, eh.
La gente aplaude. Se retira del micrófono. Julián se saca el cigarrillo de la boca y lo tira al lío de cables que tiene debajo. Pisa el pedal. Empieza a rasgar la guitarra. Sonia y el batería le siguen, haciendo un muro de ruido indiscernible. Pero en unos segundos empiezo a distinguir Anyone can play guitar. – Bien- digo. – Muy bien.


Cuando cesan los aplausos de la última canción, me doy cuenta de que Violenne no está a mi lado. Le doy con el codo a Dani. Le pregunto si la ha visto.
- Se fue por las escaleras, hace un momento- dice.
Paso entre la gente y llego a una escaleras con el pasamanos cubierto de polvo. En la segunda planta no hay luz eléctrica, pero distingo las formas de un estrecho pasillo y un par de puertas. La primera está entornada y proyecta algo de luz. La empujo y veo a Violenne siluetada contra la ventana, fumando un cigarrillo. Mira hacia la calle, la farola que ilumina desde fuera la estancia, rodeada por una nube de insectos, mosquitos y polillas que golpean en el cristal como si llamasen pidiendo auxilio.
- Eh- digo.
Se vuelve, el rostro bañado en fosforescencia amarilla, una delgada lámina de luz mostrando la anatomía interna del humo que sopla despacio entre sus labios. Sus ojos brillan, feéricos. Nunca ha estado tan guapa. Nunca tan poco terrenal, como si fuera miembro de una raza diferente, una raza destinada a empresas mejores y más elevadas, emparentada con gigantes y hadas y los misteriosos pueblos perdidos, una raza que sólo por error caería cerca de nosotros y se mezclaría en nuestros pedestres asuntos.
- Estaba buscando el servicio- dice. Sus erres. Su acento, lleno de matices evocadores. Siento eso, el encogimiento interno. El miedo, sujetándome con manos frías las entrañas.
- No creo que funcione. – Cruzo la habitación oscura hasta el rectángulo de luz que proyecta la farola, hasta su mismo borde. El calor es denso, como si hubieran encendido varios braseros en la habitación.
- No funciona.
Pongo las manos en sus caderas, apenas las yemas de los dedos. Trago saliva. - ¿Qué te pasa?
Ella sacude la cabeza. Se aparta y se vuelve hacia la ventana, ocultando el rostro.
El aire, espesándose. Respiro su humo. Retiro el pelo negro como plumas de cuervo de su nuca y la piel refulge blanca, inmaculada. La acaricio. Se estremece.
- Violenne...
Gira la cabeza y el pelo cubre en abanico la blancura de su cuello. – Yo... Creía que lo habías entendido.
Sostengo las manos todavía frente a mí, en el gesto de acariciar la piel huída. Las bajo con lentitud. Los insectos aletean en el cristal con un sonido polvoriento. Los veo girar en la luz, un torbellino difuso. Su rostro en primer término, oscuro y desenfocado.
- Creía que lo habías entendido- repite.
- ¿Entender qué?
Se muerde el labio. – La despedida. La despedida que merecíamos.
Frío, el miedo. Un lazo gélido prendiéndome el interior de la garganta, estrangulando. – Violenne...
- No quería fuera así- dice. – No como acabamos. No quería que desaparecieras.
Cierro los ojos y veo bailar los mismo insectos, puntitos de luz, un constelación multicolor.
- Quería despedirme- dice.
Abro los ojos. El polvo en el suelo. La luz amarilla. – Te vas- digo. – Otra vez.
- Sí.
Niego con la cabeza. – No... No te vayas- digo.
- Tengo que irme... Me gusta esto. Pero tengo que irme. No es mi sitio. Ya lo sabes...
Lo sé. Pero no quiero saberlo. Quiero tirarme al suelo de rodillas y sujetar la falda de su vestido y rogarle, rogarle que no se vaya, que no me haga esto, que no me lo haga otra vez. Quiero extender una vez más mis manos heridas de mendicante y pedirle que se quede a mi lado, las palmas rojas y sucias, decirle lo que la quiero, lo enfermo que estoy de ella, contarle que todos y cada uno de los días desde que se fue pensé en ella y no dejé de buscarla, que no puedo empezar otra vez a echarla de menos, que no me prive de su carne y su medicina, que no se vaya tan lejos, que no se vaya, que la necesito como nadie la necesitará jamás, y que su ausencia me mata, me mata por dentro, me duele de una manera tan profunda que no puedo alcanzarla, un tristeza inconsolable que no se puede llorar, que no se puede gritar ni exorcizar. Decirle te añoraré, te añoraré, te añoraré cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día se me irá el aliento y estaré más vacío, más muerto en vida, más necesitado. No te vayas porque te necesito. Necesito que me quieras. Necesito volver a casa y mi casa eres tú...
Pero digo: - No... Las circunstancias no importan... Yo... Haremos lo que sea. Si te vas, yo...
- No- dice. – No es eso.
- ¿Entonces?
- Es que ya no es lo que era. – Los ojos vidriosos. – Dejó de serlo hace tiempo. – Respira hondo. – Perdí la ilusión. Hace mucho.
- Pero...
- Es sólo eso- dice. – No son las circunstancias. Las cosas cambiaron... Estoy cansada de esforzarme. Me agoté de intentarlo. Quiero otra cosa. Quiero que sea fácil. – Me mira. Los pozos azules de sus ojos. Como cenotes excavados en un cielo sin nubes. – Tú y yo nunca fuimos fáciles.


No es muy distinto de recibir un golpe en la cabeza. Un golpe onomatopéyico y exagerado, con un mazo enorme, ACME escrito en rojas letras de cómic. Al principio, ni siquiera duele. La miro marchar desde la ventana. Camina por la calle empinada, sobre las rocas pulidas por cientos de años de pisadas, las irregulares arterias de la ciudad de piedra bajo una cortina de insectos, una Violenne en cartulina negra vuelve una esquina y desaparece en la penumbra...
Y sólo queda mi rostro en el cristal sucio. Los ojos vidriosos, las mejillas afeitadas unas horas antes por las que resbala el sudor, los labios apretados en una u invertida. Disfruto de este último instante de inanidad antes de que la pena empiece a cortar como vidrio. Ahora no hay nada. No siento nada. Vibra mi esqueleto por el golpe, sólo eso. El sublime momento del impacto en que no hay espacio para otra cosa, ni compasión, ni lástima, ni lamentos.
Dolerá mañana, pienso. Mañana, cuando llegue el frío.
Así que enciendo un cigarrillo. La brasa relumbra en la ventana. Aspiro con fuerza y soplo después una larga bocanada hacia el cristal y al otro lado los insectos bailan y rozan la ventana y ascienden nubes gemelas en el insufrible calor de la noche y la luz triste de la farola.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Camino a Caná

"- Nuestro templo es uno más entre mil templos, señor.ç

De nuevo apareció aquel relámpago, parecido a la memoria, a una memoria enterrada de algún acontecimiento terrible, pero que no era memoria.

- Mil templos dispersos por todo el mundo -añadí-, y cada día se ofrecen sacrificios a mil dioses, de un extremo del imperio al otro.

Él me miró ceñudo. Proseguí.

- Eso sucede a nuestro alrededor, en la tierra de Israel. Y sucede en Tiro, en Sidón, en Ascalón; sucede en Cesarea de Filipo; sucede en Tiberíades. Y en Antioquía y en Corinto y en Roma y en los bosques del gran Norte y en las selvas de Britania. -Hice una pausa para respirar.- ¿Somos la luz de las naciones, señor?

-¡Qué nos importa todo eso!

-¿Qué nos importa? Egipto, Italia, Grecia, Germania, Asia, ¿no nos importan? Es el mundo, señor. ¡Es nuestro mundo, el mundo que tenemos que iluminar nosotros, nuestro pueblo!

- ¿De qué estás hablando? - Replicó en tono ofendido.

- Es donde vivo yo, señor -dije-. No en el Templo, sino en el mundo. Y en el mundo he aprendido lo que el mundo es y lo que el mundo enseña, y yo soy del mundo. El mundo es de madera, piedra y hierro, y yo trabajo en él. No, en el Templo no; en el mundo. Y cuando llegue para mí el tiempo de hacer lo que el Señor me ha encomendado en este mundo, en este mundo que le pertenece a Él, este mundo de madera y piedra y hierro y hierba y aire, Él me lo revelará. Y lo que este carpintero deba construir en este mundo ese día, lo sabe el Señor y el Señor lo revelará.

Se había quedado sin habla."

Extraído de El Mesías: Camino a Caná. De Anne Rice.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Ciclos

Hay quien dice que la vida son ciclos; a lo que yo añado que mis ciclos de relativa felicidad podrían durar algo más; pero se hace lo que se puede, al fin y al cabo.

En estos días en los que llueve, hace frío, mis catarros van y vienen y, en general, la vida no me trata demasiado bien (no entrare en detalles, porque luego me llaman quejica, ejem)... Bueno, para estas temporadas suelo tener unos cds recopilatorios que llamo "A little les Happy" y contienen música que más o menos me anima. También me pongo aceites esenciales en la habitación de cítricos, que dicen que van bien. Y me dedico a ver vídeos graciosos cuando araño unos momentos.

Y eso es lo que quiero compartir hoy con vosotros. El que, para mí, es el vídeo más divertido de todos los tiempos. La actuación de Jim Carrey en el famosísimo Saturday Night Live.

Miradlo hasta el final, no tiene desperdicio.


Videos tu.tv

sábado, 13 de diciembre de 2008

Pequeños Gestos

Hay pequeños gestos que pueden joderte el día. Me explico. Rascarse la nariz no es algo que parezca especialmente grave, a menos que lo hagas dentro de un cuarto de baño. Si alguien entra en un baño y te pilla tocándote la nariz... esa persona creerá que eres drogadicto. De hecho, saldra del baño y lo primero que hará al volver a su mesa sera decir "He visto a un tío drogándose". Y ya sabéis cómo son los rumores: les encanta crecer. Probablemente, alguien acabará diciendo que te vió matar a un ser humano y comerte su carne mientras aún gritaba y agonizaba dentro del baño. Ya veis: de ser el tío que se rascó la nariz en un baño a ser el mayor asesino toxicómano de la historia solo hay un paso.

Por eso no me fío de las cosas que me cuentan. ¿Queréis un consejo? No os fieís de lo que os cuenten. Fiaos sólo de lo que veáis con vuestros propios ojos. Y a veces ni eso. En fin... Hay que tener mucho cuidado con los gestos porque te pueden marcar para el resto de tu vida. Recordad: si os pica la nariz en el baño, ya sea por resfriado, por alergia o por capricho fisionómico; no os rasquéis. En realidad, los baños públicos son como un campo de minas: tienes que mirar por dónde pisas.

Por cierto: este mensaje es para los creadores de videojuegos. Hay muchos creadores de videojuegos que los hacen educativos. Hay juegos que ejercitan tu mente, juegos para aprender inglés, juegos para cocinar, para cuidar a un perro, para ser diseñadora e incluso madre... Hay todo tipo de juegos que enseñan. Mi pregunta es ¿Podríais crear un juego que enseñe a la gente a mear? En principio, echar una meada no es algo muy complicado. Te acercas a la taza, te sacas la chorra y meas en el hueco donde hay agua. Cuando terminas, te guardas a tu amigo el cíclope y tiras de la cadena y fin. Parace fácil, eh? Pues hay tíos que aún no saben mear.
En la mayoría de baños públicos parece que haya estado meando Godzilla. Y, por supuesto, si no te queda más remedio que utilizarlo, ten por seguro que si sales y te encuentras con alguien... ese tío creerá que el que ha dejado el baño así has sido tú. Y si crees en la ley de Murphy, el tío con el que te cruces será el mismo que te vió tocarte la nariz y cuando te vayas, se quedara pensando "está tan drogado que ni siquiera puede controlar su chorra".

Deberían perfeccionarse los baños públicos. Habría que buscar un sistema que obligara a la gente a ser limpia. Yo he tenido una idea que aún tengo que perfeccionar, pero quiero compartirla con vosotros a ver qué os parece. La idea es que el suelo sea un gran circuito eléctrico, como un enchufe gigante. Digamos que, si te meas fuera, el suelo se moja y recibes una descarga en las pelotas, Os aseguro que nadie quiere recibir una descarga en las pelotas. O igual sí... el ser humano es muy raro.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Pasotismo Ilustrado

Una de las cosas con las que se llena la boca mi padre es decir que la vida es bonita porque "a veces, solo por el hecho de ver un amanecer y pensar en la creación, solo puedes pensar: GRACIAS".

Bueno, yo no lo veo igual. No se si os acordaréis del post mi día , pues esto viene a ser un "mi día actualizado", en el que podréis comprobar que, lejos de mejorar, quizás estaba más a gusto antes:

- Me levanto a eso de las 7 de la mañana con un sueño y una mala ostia cortesía del frío (al que tanto amo) y los efectos residuales del lormetazepam. Me visto, desayuno algo (¿alguien tiene hambre a las 7 de la mañana?) y me voy de mi casa hasta la otra punta de tarragona, con un frío que mata a las cucarachas, a trabajar.

- Después de trabajar (entre las 13.30 y las 15.00) bajo corriendo a mi casa a llenar mi estómago con lo primero que pille y que sea rápido de preparar; ya que a las 16.30 tengo que estar en un barrio periférico para estudiar.

- De camino a la facultad y ya en el autobús, primeramente me acuerdo de la madre de la civilización china, pues la gripe empezó por criar patos allí. Para después acordarme de las madres de aquellos que, teniendo gripe van a estudiar y se meten en espacios cerrados como un autobús con sistema de ventilación cerrado o un aula.

-A eso de las 21.00, salgo por fin de clase y llego a mi casa como puedo y por no tener no tengo ganas ni de cenar, pues estoy tan cansado que mi cuerpo solo me pide dormitar en el sofá, asintiendo de vez en cuando cuando oigo un murmullo procedente de la boca de mi madre; o directamente meterme en la cama, ya que al día siguiente me toca más de lo mismo.

Y bueno, luego hay quien me llama soso o pasota porque los fines de semana no me apetece salir; a vosotros os digo "Intercambiad mi vida con la vuestra y a ver si tenéis ganas de hacer algo en fin de semana que requiera el esfuerzo de vestirse". Aún así, hay gente que lo merece, o eso creo yo, y consigue sacarme de casa con lo rebentadísimo que estoy.

Así que, a modo de conclusión y, rebatiendo la frase de mi padre, yo digo:

"vivir será precioso... pero cansa, y mucho."

P.D. Me siento identificado con no pocas canciones, pero la que pongo hoy es quizás la que más.
P.D2. ¡Ojazos! Ahora empiezo a entenderte jeje.
P.D.3. Frase del día: "Diox aprieta pero no suelta, el cabrón" (si es que cuando me inspiro, los dramaturgos tiemblan)
P.D4: Ya me callo.


lunes, 1 de diciembre de 2008

Merry Suckmas

"Mamá, a Papá Noel le gustará el turrón de Suchard?"

"¡Si que da trabajo este Afflelou!"

"Només per aquestes festes, el caldo de Nadal Anetto"

En fin... aquí os dejo el extracto de un libro que espero os haga reflexionar algo:

"De unas vacaciones a las siguientes hay una eternidad, así que nos hemos buscado distintas cosas que celebrar. El día de la Comunidad, el santo patrón de nuestra ciudad, nuestro cumpleaños, la Navidad o el Día del Trabajo. Son pequeños homenajes a nosotros mismos que solemos celebrar con los demás. Es saludable y civilizado; por una parte rompemos la rutina y, por otra, compartimos nuestra alegría con otras personas. Pero hay muchas formas de celebrar y de compartir, unas más personales y otras más materiales. A veces no recordamos que lo más importante de las fiestas es compartir y no mostrar lo mucho que tenemos o que podemos comprar.



Parece que nos alegramos más del cumpleaños de un amigo o de un hijo si se prepara mucha comida y mucha bebida. Además, esa comida y esa bebida suelen servirse en vasos y platos, y con cubiertos, manteles y servilletas desechables, casi siempre de colores y con dibujos. Es decir un montón de papel y de plástico que sólo se utilizará una vez y con ellos irán a cualquier vertedero un montón de materias primas derrochadas, tintas y otras sustancias contaminantes y una buena dosis de energía utilizada en la fabricación de estos elementos. La Navidad es, sin duda, el momento del año en que somos, casi por encima de todo, consumidores.



Un paseo por el centro de cualquier ciudad en el que nos situemos como si fuéramos una estatua observando los movimientos y escuchando las conversaciones de la gente es un buen ejercicio para comprobarlo. Quizás ya no lo recordemos pero la Navidad es una fiesta religiosa en la que los creyentes celebran el nacimiento de un niño en el lugar más pobre y de la manera más humilde que se pueda imaginar. Para los no creyentes la Navidad no es más que unos días festivos en los que no hay que ir a trabajar.



Pero a todos, sin pedirnos permiso, todos los años, durante más de un mes, la Navidad no sólo nos espera en la calle sino que, además se nos mete en casa. Bueno, en realidad no es la Navidad lo que nos persigue sino el consumo navideño que es otra cosa y que poco tiene que ver con el humilde portal de Belén. ¿Cómo puede ser que el besugo valga un día x y a la semana siguiente suba al doble?, ¿es normal que todos queramos comer langostinos el mismo día?, ¿cómo es que a todos nos hacen falta un jersey y un abrigo nuevos al mismo tiempo?



Los ayuntamientos que durante todo el año se quejan de tener poco dinero no parece que calculen lo que les va a costar llenar la ciudad de bombillas y cómo será la factura de la luz que pagarán con nuestro dinero. Mientras, las calles se llenan de músicas celestiales y los escaparates de colores que atraerán nuestras miradas hacia cosas que muchas veces no necesitamos. Una de las que no necesitamos pero siempre nos gusta es el turrón; de yema, de Jijona, de Alicante, guirlache o mazapán; pero ahora también de chocolate, de coco, con brandy y nuevas variedades que aparecen cada año; de la misma manera que cada año, las pastillas son un poco más pequeñas y la caja un poco más grande. Todas las cajas son un poco más grandes en Navidad, todo lleva una capa más de celofán y hasta al salchichón se le puede poner un lazo de colores. Parece que cuánto más pequeño es el regalo más grande es el envase y más embalaje hay que ponerle.



Los niños son el principal objetivo de la publicidad y el marketing navideño. Muchos padres pagarían porque se estropeara la tele a la hora de los anuncios que rodean a los programas infantiles de la tele porque saben que durante la Navidad la palabra más oída en la casa será “¿me comprarás...?”. Por si fuera poco, cada vez dura más la Navidad; empieza cuando todavía falta más de un mes y las tiendas permanecen abiertas mientras quede una sola persona por la calle buscando el videojuego que anuncian en televisión. Además aparecen celebraciones y costumbres que no sabemos de dónde han salido. Para muchos no había más noche mágica que la del 5 de enero pero los padres de hoy ven aparecer a Papá Noël o Santa Claus en un trineo tirado por renos y a los pocos días no les queda más remedio que poner comida para los camellos de los reyes magos. ¡Cualquiera les explica a los niños que por donde pasa un reno no puede pasar un camello!



Lo último en llegarnos, para alegría de las tiendas de lencería, es la costumbre de llevar ropa interior de color rojo en nochevieja, pensando que si no compramos alguna pieza de este color nos esperan 365 días de desgracias. Ya no nos acordamos que la pasada nochevieja también lo hicimos y durante el año ha habido de todo: días felices y otros menos. Debe ser cosa del mercado único y el mundo global pero si a un español le coge la Nochevieja en Egipto e insiste en comer 12 uvas, más de un egipcio va a pensar que estamos locos, a pesar de que también ellos hayan empezado a poner espumillón y bolas brillantes por las calles.



Se supone que en Navidad se trata de celebrar la humildad, la paz y la fraternidad, pero ni nos acordamos de los humildes, ni pensamos en todos los lugares donde hay guerra ni nos sentimos de aquellos que jamás recibirán una cesta llena de botellas y turrones. De repente todos somos más ricos de lo que éramos y empieza la gran fiesta del consumo. No nos importa derrochar, ya no pensamos en los envases ni en el ahorro energético y no nos acordamos de quel vertedero que no queremos pero que llenamos de residuos, entre otras cosas, con el árbol, el muérdago y el acebo que tan tranquilos estaban en sus bosques hasta que a nosotros nos ha dado por llenarnos de símbolos de paz en vez de paz de verdad" (Fuente: Extracto del libro "Consumo sostenible" de Pilar Comín y Bet Font. Editorial Icaria / Milenrama).