miércoles, 28 de julio de 2010

La Caída

La luz se ha desvanecido tan rápido que está convencido de que se ha quedado ciego.

La oscuridad que lo envuelve le está congelando, a él y a sus alas. Tiene que ser eso, porque no puede moverlas. ¿O es la fuerza de la caída, que le ha roto los huesos de éstas?

Entre la lobreguez, comienzan a dibujarse pequeñas motitas luminosas en el firmamento. Son los corazones de sus hermanos, que laten por la brutalidad después de aquella batalla, después de la traición.

Aguijones de hielo se clavan en su piel desnuda, con las alas ondeando a su espalda como piezas muertas. Cuanto más se está alejando de la calidez, mayor es el odio que le embarga, que llena su envase divino hasta desbordarlo.

La oscuridad vuelve a intensificarse al atravesar una especie de cortina húmeda. Los largos rizos dorados se empapan y le pesan, inclinándolo aún más, aumentando la velocidad de la caída.

Él, que había sido el preferido, la obra más bella, el ángel más hermoso de la creaci
ón, ahora es víctima de la vejación, conducido hacia lo desconocido.

"Amado por la luz", piensa, decepcionado, y una sonrisa cáustica involuntaria aparece en su rostro.

El manto desaparece, pero las tinieblas perduran. Y, entonces, su cuerpo choca contra algo. El impacto es devastador, los mundos tiemblan y las montañas se desmoronan; pero no ha sentido dolor, El terreno árido se ha agrietado, y de éste emana una luminiscencia rojiza que asciende hasta él. Es cálida, mucho más que la que emitía el lugar del que procede.

Aturdido, se incorpora lentamente sobre sus piernas, apéndices que había considerado inútiles, y que ahora le sostienen. El brillo en su piel se ha extinguido; ha adquirido una tonalidad ligeramente tostada, como el suelo que pisa. Los tirabuzones que caen sobre su cara se alisan y pintan de
una penumbra mayor que la encontrada durante el destierro. Y es libre, y esta libertad le embriaga de poder.

Una porción de aquella masa llameante nacida de la tierra yace en su mano. Es agradablemente maleable, y abrasadora. Con dedos ágiles, recordando e imitando los gestos de su padre, moldea la pieza, dando forma a una criatura alargada, de piel suave y susurrante, germinando una rápida complicidad entre ambos.

Sonríe cuando su creación se enrosca en el torso con un deje de cariño, el que su Padre jamás mostró por él.

De las grietas fluye más y más masa, insuflándole la nueva energía. Las alas se abren con fuerza, extendiéndose a cada lado. Cada pluma se ennegrece y convierte en una rígida pieza de hulla.

Entonces, contempla el cielo con ojos llameantes, donde algunas estrellas aún brillan.

- ¡Padre!- grita, dejando que la serpiente a la que ha dado vida bese su cuello-. ¡Gracias por otorgarme este reino! ¡Mi reino! - remarca, orgulloso-.

La cruzada entre nosotros sólo acaba de empezar, y cuando venza, serás Tú quien venga a suplicarme clemencia.

Y él, el preferido, Amado por la Luz, Lucifer, se sienta y toma entre sus manos más lava y comienza a amasar.