lunes, 11 de mayo de 2009

97 escalones hacia la planta baja


Andamios y mucho comercio viejo vertebran la calle Sevilla, céntrica y discreta, flanqueada por vías en pendiente. un bar, una agencia de viajes, un locutorio o una floristería reparten normalidad urbana en este asfalto de tránsito hacia el descenso. La bajada agresiva de la calle Ibiza alarga la perspectiva y detona el horizonte, hasta ver parte del edificio de la Tabacalera, e incluso, en el punto de fuga, a los barrios de poniente. La zona se palpa inestable porque los desniveles nos envuelven.

Poca más historia guarda el rincón que la de seguir caminando hasta que la calle muera y el giganteso escalón que es Tarragona empape la estampa. La evocadora estampa desde Doctor Zammenhof es de aquellas que valen la pena: el azul rabioso del cielo, el skyline recortado por grúas, los silos y los barcos del puerto; la ciudad baja, mi hogar. El picado nos enseña la construcción nueva en lo que antes eran solares, trozos muertos de ciudad sin resolver y ahora es obra bombardeada por el sol inclemente, Se intuye la brisa, el aroma del Mediterráneo.

Inevitablemente, entre jóvenes ociosos y abuelos que gastan la mañana bajo naranjos, envalentona la curiosidad del acceso hacia la Tarragona que después se abrirá al mar. Las cien escaleras son un atajo gracioso, emblemático y, por supuesto, inexacto. El redondeo también afecta aquí. ¿Quién se ha resistido a contar los peldaños? Uno, dos, tres... queda al lado un pequeño parque con cuatro bancos, una rosa de los vientos dibujada en el suelo y dos operarios de la brigada municipal que acicalan la vegetación... cuatro, cinco, seis y así hasta el escalón número 55, donde un banco de piedra maltrecho y graffiteado sirve para un breve descanso.

Y en esas, entre el cruce con un goteo constante personas, entre ellas niños que disfrutan pasando lista a los escalones, se alcanza el último, el número 97, y se deshace el mito del centenar. El ritual de recuento es casi atávico y te arroja a la calle Vapor. La voluminosa Chartreuse es la meta del brusco descenso y una nueva Tarragona se abre a nuestros pies.

La envejecida fábrica contrasta con el esplendor impoluto de una zona nueva de supermercados y camiones alrededor que repostan el arsenal de la alimentación. La plaza dels Infants, mañanera, desierta y amable, destila relax. Otro ritual tarraconense: tocarles la cabeza a los chavales metálicos y macizos que, en el centro de la plaza, observan la fuente. En toda la plaza, sólo hay una chica que llama por teléfono ¡en una cabina!, esa instalación que se nos antoja antediluviana. El lugar rebozará multiculturalidad por la tarde. Esa pista de baloncesto es el Harlem de Tarragona.



4 comentarios:

Hiade dijo...

Eres realmente sorprendente. No te voy a escribir aquí ni un testamento ni una bíblia.
Solo quiero que sepas que me gusta tu forma de enfocar las cosas.
y que eso de que sean 97 escalones me jode mucho porque estaría bien haber llegado a los 100 xDD
besituss

fantasias_fugaces dijo...

"Las 100 escaleras son un atajo gracioso, emblemático y, por supuesto, inexacto" jejeje! Me ha hecho gracia! Que tengas un bonito día soleado! Besitos de fresa ^^

*****

Aún me acuerdo cuando vi las escaleras...madre mía!


KrN

Núria dijo...

macu macu macuuu!
skyline! no se puede ser tan sofisticado!

xD

un besooo!

Anónimo dijo...

Dios, esas calles y plazas son mi infancia.

Tengo una anécdota curiosa/graciosa con las "100 escaleras" (de mi padre, al cual, por cierto, le tendré que decir que no son 100 xD), si te interesa algún día te la cuento.

La calle castaños, el portal del patio abierto de luces y las casas antiguas, que grandes recuerdos...!

DunaîS :)