jueves, 12 de febrero de 2009

Como cada día

Relato ganador de la primera convocatoria de AKrelatos, que casualmente es el que escribí. Supongo que gané porque muchos de vosotros visteis reglejada mi vida en él y, por amistad, me votásteis. Así que: Gracias!

En la proxima convocatoria ya no vereis reflejada mi vida, así que votaréis sin duda el que más os guste.

Por cierto, si a alguien le pica la vena artística puede participar en las convocatorias, solo hay que ponerse en contacto con Inanna en Inannapilgrim@hotmail.com .


Empezó sonando una intro de guitarra distorsionada con algo de atmósfera creada por un sintetizador.


Nothing’s gonna make you stop.”


A aquellos dos instrumentos se les unieron las notas más bajas de la escala en fa, un bajo trepidante anunciaba que la canción estaba a punto de empezar.


everybody knows you’re lost…”


Justo antes de que empezase el verso de la canción, el despertador fue apagado y observado por unos ojos confusos, unos ojos que no sabían dónde estaban ni qué era lo que ocurría; pues, hacía un instante, estaban contemplando algo de lo que ya no lograban acordarse en el mundo onírico.


Un gruñido incomprensible escapó de la boca de Dani al ver la hora que era y sentir en sus manos –que hasta el momento se encontraban bajo el calor de tres mantas- el frío de las mañanas de invierno.


Si había algo que odiaba Dani, algo que odiaba mucho más que el ambiente gélido y húmedo y que además odiaba durante todo el año, era madrugar.

Dani es de esas personas que se levantan de la cama y operan en una especie de modo básico o de bajo consumo durante aproximadamente dos horas. Dos horas tras las cuales su cerebro empieza a despertarse y asimilar el espacio-tiempo. Durante esas dos horas es capaz de realizar una serie de actividades gracias a secretos que se llevará consigo a la tumba; quizás porque a nadie podrían interesar. Durante esas dos horas, su ritual consiste, invariablemente, en levantarse de la cama, vestirse con algo que previa y sabiamente ha dejado preparado el día anterior para no tener que llenar su mente con enigmas del tipo “por qué pernera hay que meter el pie derecho” y otros aún más complicados una vez que sale de casa y debe desentrañar los misterios jeroglíficos de los semáforos de su ciudad.

Una vez que llega a su trabajo, es capaz de emitir otro tipo de gruñido ante los saludos matinales de sus compañeros y empezar a preparar todo lo necesario para cuando su cerebro haga acto de presencia y le permita comenzar con su labor. Dani tiene una diplomatura en ingeniería y trabaja como masajista, algo que no le gusta demasiado.


La mañana transcurrió como el resto de ellas. Un baile automático y tedioso consistente en dar la bienvenida al cliente, preguntarle qué dolencia tiene o si, de lo contrario, solamente viene a por una puesta a punto; para seguidamente aplicar presión en los puntos necesarios de la anatomía humana, lavarse las manos y vuelta a empezar. Así durante cinco horas para cuatro clientes. Como cada mañana.


Dani, como todos los días, supo que su jornada laboral llegaba a su fin antes de mirar el reloj o recibir aviso alguno. El cuerpo humano es una máquina poderosa además de inteligente y así se lo hizo saber, mediante un rugido furioso procedente de sus tripas. Así que, se desembarazó del uniforme para volver a ponerse su ropa, se despidió de su salerosa jefa –Dani piensa que todos los andaluces deben ser igual de simpáticos- y comenzó a deshacer el camino hacia su casa que había cubierto por la mañana; dando las gracias por vivir en la zona más baja de la ciudad, ya que así el esfuerzo sería mínimo.


Una vez a salvo del frío y dentro de casa, una sombra negra de tamaño pequeño comienza a increparle a ras de suelo y en un idioma ininteligible. Al cerebro de Dani a veces le cuesta asimilar según qué información y por eso tardó un par de segundos en comprender que aquella sombra era su gato negro, aquel idioma eran maullidos malhumorados y la razón de aquella riña era que, como cada mañana, a Dani se le había olvidado dejar comida en el cuenco del felino; así que procedió a satisfacer a su compañero animal. Después de enfrentarse a aquel contratiempo diario, su estómago volvió a quejarse y a pedir ser llenado para poder segregar diferentes ácidos y trabajar de una vez en todo el día, por lo que el chico procedió a calentar y freír algo de comida para acallar aquel instinto básico, como cada día.


Después de digerir dormitando mientras veía algún programa en la televisión, a Dani se le ocurrió que, ya que no podía evitar el frío de ninguna manera –algún día se le ocurriría algo grande para ello- y puesto que el día se había levantado soleado y sin viento, debería aprovechar el par de horas que quedaban y recargar algo de energía por vía tópica dejándose bañar por el Sol. También necesitaba algo de cafeína y matar el aburrimiento, pero eso arrebataría algo de glamour a esta historia. Así que se dirigió a una de las cafeterías de la zona centro más alejadas para, de camino, estirar un poco las piernas y pasar por debajo de la luz solar.


Ya en la cafetería, dio buena cuenta de su ritual café con leche largo de café y doble de azúcar, tres cigarrillos, un repaso a la prensa haciendo especial hincapié en la sección meteorológica con la vana esperanza de que al día siguiente hiciese menos frío, y del autodefinido que le gusta firmar cuando lo ha completado. Acabado el ritual del café solitario, procedió a volver a casa por otro camino y mirar algunos escaparates; para, acto seguido, maldecir el estado de la economía en general y de su cartera en particular, como cada día.


Con el crepúsculo ya a sus espaldas, Dani procedió a hacer lo que cada día hacia: perder el tiempo. Se entretuvo bastante rato en diferentes páginas de Internet, buscó alguna musa en su mente para actualizar su blog y componer alguna canción que sería un éxito en el panorama rockero y le catapultaría a una vida lejos de aquel tedio; afinó y tocó durante dos horas su bajo para no perder nada de práctica (nunca se sabe cuando un manager desesperado llamará a tu teléfono y te ofrecerá un contrato multimillonario) y, llegada ya del todo la noche, cenó algo ligero mientras veía la serie de turno, habló con algunos amigos mediante el archiconocido Messenger (la vida social de millones de personas se verá seriamente afectada si este programa desapareciese) y, con los bostezos haciendo acto de presencia, se puso el pijama, programó el despertador a aquella hora que tanto odia y se introdujo bajo las mantas a leer hasta que el sueño ganase el pulso.


Como cada día.


P.D: La canción que suena en el despertador es la siguiente:



1 comentario:

Inanna Pilgrim dijo...

Ahora sí es momento de colgarlo, celebrarlo y demás ;)

En la próxima no te lo voy a poner fácil, así que... ¡prepárate!