martes, 8 de mayo de 2012

HACIA LA NADA

Le pareció extraño que ella se presentase sin avisar en el bar en el que él estaba charlando con sus amigos. Un mensaje de texto preguntando dónde estaba, una respuesta y allí estaba ella; con su mirada inocente, su sonrisa cautivadora y sus simples y modestos modales. Sobrecompensando. Él se alegró mucho de verle, de hecho hacía relativamente bastante tiempo que no se reunían los dos con regularidad y la echaba de menos. No tardó en infiltrarse en las vácuas conversaciones que suelen tenerse compartiendo unas cervezas en un bar ruidoso a horas en las que se debería estar durmiendo. 

Entre los “cómo te ha ido la semana” y los “mi jefe me tiene hasta los mismísimos”. Después de aquello, bastaron un par de caricias y tres o cuatro besos para que ella soltase la primera sonda de reconocimiento, y la primera mentira.

- Hoy he quedado con Javi.
- ¿Y eso?
- Él estaba por la ciudad porque ha venido a comprarse un instrumento, me ha llamado y hemos quedado para tomarnos algo. No te he dicho nada porqué no creía que fuese importante. 

Debería haberse empezado a preocupar en ese mismo instante, pero solo supo que debería haber tenido cautela cuando ya poseía meses de perspectiva. En aquel momento no le dió importancia. Pensó que era lo más normal del mundo, dos amigos se reúnen y tienen una charla y la confianza en la relación era inquebrantable, o eso pensaba él. No recuerda cuánto tiempo estuvo pasando delante de sus narices. Solo recuerda que, poco a poco, las conversaciones que tenían ambos cada vez que lograban verse giraban en torno a una única persona: Javi.  

“Javi es DJ y creo que pincha dentro de dos semanas en la sala Metro, podríamos ir a verle.” 
“Si tu conoces a Javi, lo conociste aquella noche en la fiesta que Victoria dió en su casa.”
“Quizás vaya algún día a ver a Javi a su ciudad, no te importa, verdad?” 
“¿Sabes que me dijo el otro día Javi?”
“Javi está haciendo oposiciones para funcionario.” 

 Si el pendiente de la relación comenzó a ser negativo, sin que él lo supiese, la noche en que ella le comentó que se había reunido con su amigo; no fué más que un ligero desnivel en comparación a la caída libre que vino después. 

Recuerda que aquel día ella se había quedado sin saldo y él, extrañado por el ritmo de consumo telefónico de ella, decidió obsequiarle con una recarga en un quiosco cercano. Justo después de hacer la gestión pertinente y abonar el precio del servicio, ella recibió un mensaje de texto que procedió a comprobar, pensando que sería la confirmación de la recarga. Pero no fué así. Lo que recibió era un mensaje de texto que empezaba con una palabra cariñosa que él jamás había utilizado para dirigirse a ella. Borró el mensaje en apenas segundos y escondió nerviosa y rápidamente su teléfono en el bolso. En respuesta a la pregunta obvia por parte de él, ella recurrió y liberó la segunda mentira. Argumentó que ese mensaje se lo había enviado él, pero él sabía que aquello no era posible, nunca había utilizado una palabra así para dirigirse a su pareja.

El resto del camino lo hicieron en silencio. Cogidos de la mano. Sabiendo ambos exactamente lo que ocurría, sabiendo que el otro conocía perfectamente lo que estaba pasando. Aferrándose quizás a un último momento de felicidad sintética antes de despedirse. Al llegar a destino y despedirse el uno del otro, ella le pidió que no se fuese de aquella manera. Triste, abatido y sabiendo que el castillo que habían construido juntos, mano a mano y durante años, se estaba desmoronando debido a un defecto de base en el material de construcción de las relaciones que pretenden ser serias: la aleación de confianza, respeto y sinceridad.

Debió recorrer unos cincuenta metros cuando oyó los apresurados pasos de ella dirigiéndose hacia él. Los reconocería entre un millón. Cualquiera puede llevar chanclas, pero años de oir a su lado aquella forma de caminar con aquel calzado hizo que pudiese hallarlas incluso en un ruidoso local nocturno rebosante de gente. Ella no dijo nada, solo le mió a los ojos y le abrazó. Él, ebrio de una esperanza vacía, lo único que dijo ante ello fué:

 - Ahora estás empezando a verlo.

Quizás pasaron dos semanas, quizás fué un mes. Él no recuerda aquella época en un sentido cronológico; solo recuerda los hechos. Recuerda la confesión por parte de ella. Recuerda lo que sintió al saber que, finalmente, ella no solo había besado a aquel hombre, sinó que le había estado besando a él mismo apenas cinco minutos antes de confesar. Recuerda como su mundo, su armadura, su personalidad y su alma se hundieron totalmente. Arrastrados por un agujero negro del que nada puede escapar, hacía su singularidad, donde nada, ni siquiera el tiempo, es. Recuerda aquella extraña mezcla de dolor, tristeza e ira. Recuerda que no le pidió que se alejase de él, sinó que se lo exigió. 

También recuerda que, durante los días o semanas que no se vieron después de aquello, se dió cuenta de que los buenos recuerdos son los peores. Son los buenos recuerdos los que pinchan el corazón, hacen arder la sangre y desestabilizan el alma. Son ellos los que, al ser evocados, llevan primeramente a una época que nunca volverá; para después plantear, quizás erróneamente, que todo fué mentira, que todos los piropos, todas las acciones y muestras de amor y confianza no eran sinó un drama orquestado para tapar la sucia realidad. Como digo, quizás erróneamente.

 Recuerda el final. Recuerda que, contra las cuerdas, como una rata asustada ante su inminente muerte a manos de su depredador, le dió ultimátum. Y, aunque enmascaradas de sentido, recuerda perfectamente las palabras que ella le dijo. La época que siguió a aquel suceso, antes de que él pudiese volver a abrir los ojos, antes de que drenase completamente el veneno de su sangre y de que volviese a creer en el amor... Aquella época está difusa. Ya fuese por el estado en el que ella le dejó o porque su cerebro sencillamente bloquea recuerdos perjudiciales.

 - No esperes que renuncie a él por ti.

sábado, 14 de agosto de 2010

Yo soy así


Es importante ser previsor. Por ejemplo ¿alguna vez habéis pensado qué haríais si fuerais escogidos para sobrevivir al impacto de un meteorito? Vamos a ver... En principio no es algo que vaya a pasar de manera inmediata, pero en el hipotético caso de que un meteorito estuviese a punto de impactar contra la tierra y acabar con toda la humanidad en menos de una décima de segundo y todos los gobiernos del mundo construyeran un búnker para que unos cuantos seres humanos pudiesen refugiarse y sobrevivir al impacto, asegurando así que la raza humana pueda volver a formar una civilización... ¿os gustaría ser el/la tí@ que está ralentizando la cola del búnker buscando motivos por los que debería entrar? A mí no. Por eso prefiero tener previstas este tipo de cosas.

Yo soy así. Así que si mañana informan de que un meteorito está a punto de acabar con la humanidad, mientras vosotros buscáis motivos para convencer al encargado de dejar pasar al búnker de que merecéis estar dentro, yo me estaré tomando una cervecita fresca con mi novia viendo el fin del mundo en primera fila porque ya he decidido que NO quiero entrar.
Primero, porqué en el búnker seguro que hay un ambiente de mierda. Pensadlo bien ¿un búnker lleno de gente que ha sido escogida para volver a formar una civilización? Paso. A la gente se le sube a la cabeza el conseguir el pase VIP de una discoteca. No quiero saber como debe estar alguien que ha conseguido un pase para el búnker. Aquello estaría lleno de prepotentes. Si a mi me seleccionaran y entrase, seguro que a la media hora diría algo del tipo: "¿Sabes que te digo? Coge tu carné de búnker y métetelo por el culo. Me voy fuera a morir con los demás."

Y lo más importante: ¿ser seleccionado para reconstruir una civilización? Como concepto es muy poético, pero en la práctica... reconstruir el planeta debe de ser el mayor marrón de la historia.

Si me dijeras que vas a salir del búnker y te vas a encontrar un montón de grúas, cemento, ladrillos, herramientas y gente que sabe cómo hacerlo, te diría: "Bueno... es un marrón, pero tenemos lo que necesitamos para reconstruir esto.". Pero es que cuando salgas del búnker lo único que vas a tener para reconstruir la civilización son muchísimas piedras, ni un par de tristes palos porque habrán quedado carbonizados. Eso si no sales y, después de haber pasado unos meses dentro de un búnker con todas las incomodidades del mundo, resulta que el meteorito ha desprendido radiación y te mueres nada más respirar. Eso sí que tiene que joder. Porqué al menos el resto de la humanidad murió viendo un espectáculo alucinante: meteoritos, tormenta de fuego, personas chamuscándose mientras gritan y corren (¿por qué corren?)... Sin embargo, tu serías el/la tont@ que murió y además se lo perdió todo. Que ya te veo cuando llegas al paraíso y te vienen a comentar los conocidos:

-¿Y te acuerdas de aquel color tan raro en el cielo justo antes de que empezase la movida? ¿como era? ¿tú lo sabes?

- No, yo estaba dentro del búnker con la élite de la humanidad decidiendo quién era el más valioso de todos nosotros.

(silencio sepulcral y matojos del oeste pasando por las nubes del paraíso)

Aunque también cabe la posibilidad de que salgas del búnker y no haya pasado absolutamente nada. Supón que en último momento el meteorito se desintegra, se desvía de su órbita, la Tierra cambia de posición, se han equivocado los científicos (por 2456578ª vez) o sencillamente Dios tenía un mal día cuando envió la roca a la Tierra y se ha arrepentido de ello... y, con la ilusión de haber sobrevivido a la catástrofe la gente se pone a celebrarlo en plan "¡estamos vivos, saca otra birra!" y, entre una cosa y otra, a los de arriba se les olvida avisar a los del búnker... Imagínate el panorama: un monton de enteraos bajo tierra pensando en cómo se organizarán para reconstruir el mundo; y arriba todos los demás con un pedo de tres pares de cojones, eso sí que sería digno de ver y, para ello, hay que estar con los de las cervecitas.

miércoles, 28 de julio de 2010

La Caída

La luz se ha desvanecido tan rápido que está convencido de que se ha quedado ciego.

La oscuridad que lo envuelve le está congelando, a él y a sus alas. Tiene que ser eso, porque no puede moverlas. ¿O es la fuerza de la caída, que le ha roto los huesos de éstas?

Entre la lobreguez, comienzan a dibujarse pequeñas motitas luminosas en el firmamento. Son los corazones de sus hermanos, que laten por la brutalidad después de aquella batalla, después de la traición.

Aguijones de hielo se clavan en su piel desnuda, con las alas ondeando a su espalda como piezas muertas. Cuanto más se está alejando de la calidez, mayor es el odio que le embarga, que llena su envase divino hasta desbordarlo.

La oscuridad vuelve a intensificarse al atravesar una especie de cortina húmeda. Los largos rizos dorados se empapan y le pesan, inclinándolo aún más, aumentando la velocidad de la caída.

Él, que había sido el preferido, la obra más bella, el ángel más hermoso de la creaci
ón, ahora es víctima de la vejación, conducido hacia lo desconocido.

"Amado por la luz", piensa, decepcionado, y una sonrisa cáustica involuntaria aparece en su rostro.

El manto desaparece, pero las tinieblas perduran. Y, entonces, su cuerpo choca contra algo. El impacto es devastador, los mundos tiemblan y las montañas se desmoronan; pero no ha sentido dolor, El terreno árido se ha agrietado, y de éste emana una luminiscencia rojiza que asciende hasta él. Es cálida, mucho más que la que emitía el lugar del que procede.

Aturdido, se incorpora lentamente sobre sus piernas, apéndices que había considerado inútiles, y que ahora le sostienen. El brillo en su piel se ha extinguido; ha adquirido una tonalidad ligeramente tostada, como el suelo que pisa. Los tirabuzones que caen sobre su cara se alisan y pintan de
una penumbra mayor que la encontrada durante el destierro. Y es libre, y esta libertad le embriaga de poder.

Una porción de aquella masa llameante nacida de la tierra yace en su mano. Es agradablemente maleable, y abrasadora. Con dedos ágiles, recordando e imitando los gestos de su padre, moldea la pieza, dando forma a una criatura alargada, de piel suave y susurrante, germinando una rápida complicidad entre ambos.

Sonríe cuando su creación se enrosca en el torso con un deje de cariño, el que su Padre jamás mostró por él.

De las grietas fluye más y más masa, insuflándole la nueva energía. Las alas se abren con fuerza, extendiéndose a cada lado. Cada pluma se ennegrece y convierte en una rígida pieza de hulla.

Entonces, contempla el cielo con ojos llameantes, donde algunas estrellas aún brillan.

- ¡Padre!- grita, dejando que la serpiente a la que ha dado vida bese su cuello-. ¡Gracias por otorgarme este reino! ¡Mi reino! - remarca, orgulloso-.

La cruzada entre nosotros sólo acaba de empezar, y cuando venza, serás Tú quien venga a suplicarme clemencia.

Y él, el preferido, Amado por la Luz, Lucifer, se sienta y toma entre sus manos más lava y comienza a amasar.



miércoles, 2 de junio de 2010


Tú también gobiernas un mundo, Morfeo. Un mundo de durmientes y soñadores. De historias. Un lugar sencillo... comparado con el infierno. Te envidio.

¿Te puedes imaginar cómo ha sido? Diez mil millones de años proporcionando a los mortales fallecidos un lugar donde pudieran torturarse a si mismos. Y como todo masoquista ellos nos pedían el castigo... "quémame" "congélame" "cómeme" "hazme daño"... y se lo dábamos.

¿Por qué me culpan a mi de todos sus deslices? Hablan de mi como si estuviera todo el día detrás de ellos, obligándoles a cometer actos que de otro modo encontrarían repulsivos. "El diablo me obligó"...
Nunca he obligado a hacer nada a nadie. Nunca.

Y luego mueren, y vienen aquí, habiendo transgredido lo que ellos creían que era correcto, y esperan que nosotros satisfagamos sus ansias de dolor y castigo. Yo no les obligo a venir aquí.

Hablan de mi como si fuera por ahi comprando almas, como una pescadera en día de mercado, pero nunca se paran a pensar una cosa: que yo no las necesito. ¿Cómo puede alguien ser el dueño de un alma?
No... solo es pertenecen a ellos mismos... pero no les gusta tener que afrontar esa verdad.

Lucifer - Vísperas

miércoles, 26 de mayo de 2010

Cuatro años

Cuatro años de intranquilidad; cuatro años de miedo; cuatro años de recaídas, de intentos frustrados... cuatro años de pena.

Hace cuatro años tuve una gripe, como cada año, con el malestar físico y el agotamiento que ello conlleva más los síntomas respiratorios tan desagradables que todos debeis saber. Pasaron dos semanas y la gripe se fué, no así el agotamiento general y la falta de fuerza para todo.

Nadie lo entendía, yo no lo entendía. Así que, dos meses después, en los que cada día era un infierno y todo hacía que las calientes lágrimas surcasen mi rostro; decidí comenzar a hacerme pruebas. Me hicieron pruebas de todo tipo: análisis de sangre en los que buscaban anemia, tiroxina elevada, mononucleosis, leucemia e incluso VIH (por probar que no quedase)... en las que encontraron que mi cuerpo, al menos interiormente, se encontraba perfectamente.

Así es como acabé en un psiquiatra que me diagnosticó depresión endógena y me recetó antidepresivos, mis amigas, las pastillas de escitalopram por la mañana. Declaró que mi estado sentimental es delicado aunque me empeñe en demostrar lo contrario llevando una coraza.

En aquel momento yo lo entendí, pero el resto del mundo no.

Y así es como me quedé completamente solo. Los que en su tiempo se hicieron llamar mis amigos me abandonaron uno a uno, no lo entendían. Mi familia me retiró su apoyo, ellos no entendían que la depresión es una enfermedad (me gusta llamarla "el mal de nuestro siglo"). Mi pareja me abandonó, no lo entendía y se vio superada por mi falta de ánimo, fuerza y por mi estado profundamente melancólico.

No hay depresión larga sin su consecuente planteamiento sobre el suicidio, y yo no soy mejor que los demás. Pero sentí que si acababa con mi vida, me perdería cosas que podrían pasar; cosas buenas; cosas malas y errores que me hiciesen aprender y ser más sabio. Aún así no hubo nadie que comprendiese o intentase comprender lo que me pasaba. Incluso algunos le restaban importancia, equiparando la depresión a un mal menor equivalente al catarro común... ni a ellos les deseé que pasasen por lo mío.

Dos son los males mayores de la depresión: la incomprensión, de la que ya he hablado, y la soledad. La soledad es algo paradójico ya que, al menos yo, no quería estar con nadie pero me horrorizaba estar solo... muy curioso.

Y así pasaron los años... pasaron cosas malas, errores, malentendidos, engaños, mentiras, traiciones... aprendí de todo ello. Y también hubo momentos felices en los que llegué a reír e incluso a sonreír por mera felicidad.

Por muy banal y obvio que suene, es una verdad absoluta la frase que reza "la vida son ciclos". Completamente tristes no tendríamos razón de vivir; e irónicamente completamente felices tampoco, al no tener meta alguna.

Y la vida fue pasando hasta el día de hoy, en el que se cumplen cuatro años del inicio de mi idilio con la medicación antidepresiva, que me sume en un estado de ánimo neutral, ni bueno ni malo per se, solo ciertas personas y ciertos momentos pueden inclinar la balanza a un lado o al otro.

Cuatro años y seguimos en ello. Cuatro años ya, como pasa el tiempo.

sábado, 27 de febrero de 2010

Rueda

- Aquí el tiempo es fluido - dijo el demonio.

Supo que era un demonio en el mismo momento en que lo vio. Simplemente lo sabía, del mismo modo que sabía que aquel lugar era el infierno. Ninguno de los dos podría haber sido otra cosa.

La habitación era alargada, y el demonio esperaba junto a un brasero humeante situado en el otro extremo. De las paredes de piedra gris colgaban multitud de objetos, objetos que no habría sido prudente ni tranquilizador inspeccionar de cerca. El techo era bajo, el suelo, extrañamente insustancial.

- Acércate más. - dijo el demonio, y el hombre obedeció.

El demonio estaba flaco como un fideo e iba desnudo. Tenía muchas cicatrices, y parecía que le hubieran arrancado la piel en un pasado remoto. Tampoco tenía orejas, ni sexo. Sus labios eran finos y tenían un aire ascético; sus ojos eran demoníacos: habían visto demasiado y habían llegado demasiado lejos, su mirada hacía que el hombre se sintiera más insignificante que una mosca.

- ¿Qué va a pasar ahora? - preguntó.
- Ahora - replico el demonio, con una voz que no denotaba pena, ni tampoco deleite, tan solo una rotunda y atroz resignación - vas a ser torturado-
- ¿Por cuanto tiempo?

Pero el demonio se limitó a menear la cabeza y no respondió a la pregunta. empezó a caminar despacio a lo largo de la pared, paseando su mirada de objeto en objeto. En el extremo más alejado de la pared, junto a la puerta cerrada, había un látigo de nueve correas hecho de alambres pelados, Con una mano en la que sólo había tres dedos, el demonio lo descolgó de la pared y volvió junto al hombre, transportando el macabro instrumento con suma ceremonia. Colocó las correas de alambre sobre el brasero y se quedó mirando como se calentaban.

- Eso es inhumano.
- Sí.

Los estremos de las nueve correas empezaban a adquirir un tono anaranjado.

Mientras alzaba el brazo para asestar el primer latigazo, dijo:
- Dentro de algún tiempo recordarás todo esto con cariño, incluso este momento.
- Eres un mentiroso.
- No - replicó el demonio-. Lo que viene después es peor - le explicó, justo antes de azotarle.

Entonces, las correas del látigo se estrellaron contra la espalda del hombre, desgarrando sus caras ropas, que ardían y se hacían tiras al contacto con los alambres incandescentes, y el hombre profirió un grito. Pero la cosa no había hecho más que empezar.

En las paredes aún esperaban aún doscientos doce instrumentos de tortura y, a su debido tiempo, habría de probar cada uno de ellos.

Cuando, por fin, el látigo fué colocado en el puesto doscientos trece, entonces, el hombre, con una mueca de dolor, masculló:
- Y ahora, qué?
- Ahora - respondió el demonio - es cuando viene el dolor de verdad.

Y así fué.

Todo cuanto había hecho en su vida y que habría sido mejor no hacer; cada mentira que había dicho; cada pequeño dolor que había inflingido, y los grandes también... cada uno de ellos iba siendo extraído de su interior, detalle a detalle, centímetro a centímetro. El demonio le fué arrancando a tiras la piel del olvido, desnudándolo hasta dejar sólo la verdad, y aquello le dolió más que cualquier otra cosa.

El diablo seguía diseccionando su vida, momento a momento, cada instante. Aquello duró unos cien años, o quizá mil (tenían todo el tiempo del mundo) y cuando se acercaba ya el final, se dio cuenta de que el demonio le había dicho la verdad: la tortura física había resultado más llevadera.

Y terminó.

Y una vez hubo terminado, volvió a empezar de nuevo. Sólo que ahora se conocía a sí mismo como no se había conocido nunca, lo que de alguna manera lo hacía todo aún más insoportable.
Ahora, mientras hablaba, se odiaba con toda su alma. Ya no había mentiras, ni evasivas, ni sitio para otra cosa que no fueran el dolor y la ira.

Estaba hablando. Había dejado de llorar. Y cuando terminó, unos mil años más tarde, rezó para que el demonio fuera hasta la pared y cogiera el cuchillo de despellejar, la pera oral o las empulgueras.

Pero no fué así.

Era como pelas una cebolla. Esta vez, al revisar su vida, comprendió que todo tiene sus consecuencias. Vio el resultado de las cosas que había hechom resultado en el que no era consciente mientras las hacía; ls mil maneras e que había dañado al mundo; el mal que había hecho a personas a las que no conocía y con las que jamás se había tropezado. Era la lección mñas dura que había aprendido hasta el momento.

- Otra vez - repitió el demonio, mil años más tarde.

El hombre (o lo que quedaba de él) se puso en cuclillas, junto al brasero, meciéndose levemente, con los ojos cerrados, y relató la historia de su vida, reviviéndola según la iba contando, desde su nacimiento hasta su muerte, sin alterar nada, sin dejarse nada en el tintero, haciendo frente a todo. Abrió su corazón de par en par.

Cuando terminó, se quedó allí sentado, con los ojos cerrados, esperando oir de nuevo aquello de "Otra vez". Pero el demonio permanecía en silencio. Abrió los ojos.

Se puso en pie, despacio. Estaba solo.

En el extremo opuesto de la habitación había una puerta abierta. Un hombre cruzó la puerta. Su rostro denotaba pavor, y también arrogancia y orgullo. El hombre, que iba vestido con ropa cara, avanzó vacilante unos cuantos pasos y luego se detuvo.

Cuando vio al hombre, lo comprendió todo.

- Aquí el tiempo es fluido - le dijo al recién llegado.


Para E.

martes, 19 de enero de 2010

El punto y la araña

Hay un único punto en el cual mi mente se deposita a través del lento y tenaz discurrir del tiempo. Usa como puente la línea recta que mi mirada describe en el espacio uniendo mis ojos y el techo. Ese punto, viejo y misterioso, es vecino del rincón más distante de la habitación, puedo verlo a través de densas telarañas que hace algunos años no estaban y que hoy me separan progresivamente de mi única conexión con la realidad.

Ese punto es la cadena que me retiene en este plano, pero se debilita. Cada año es un nuevo eslabón, cada eslabón me aleja del punto. A veces en sueños pienso... y siento que el siguiente plano se acerca.

El punto no tiene nada de particular, lo único curioso que tiene es que es real. Quizá sea un defecto en la mampostería o una mancha, jamás lo supe, no puedo acercarme. El resto del techo es igualmente real pero mirarlo me resulta muy aburrido. De él pende un colgante con una modesta pantalla amarilla por los años (yo la conocí cuando aún era blanca) y una lámpara que me pide tímidamente permiso para iluminarme. Esa tenue luz me envuelve hace varios años, tantos años como no siento el Sol en mi piel y el viento en mi cara.
La lámpara se mueve según como la mire, frecuentemente me eriza la piel el hecho de mirarla por un largo tiempo y cuando apenas desvío mis ojos la lámpara se mueve en esa dirección como exigiendo contener mi mirada.

Los años (mi mente) dieron vida a mi lámpara.

Pero la lámpara no es mi objeto preferido de mi habitación. Si bien no puedo ver las paredes o el suelo, recuerdo un viejo sillón que estaba a mi izquierda y que tenía en su viejo estampado unas flores muy bellas, aunque sucias por las innumerables espaldas que se les habrán apoyado en los primeros años. También solía escuchar regularmente el murmullo y el corretear de una rata (al menos creo que era una rata) que me hacía saber que todavía había alguien vivo en mi habitación. Los años me hicieron dudar sobre la existencia de una ventana en la pared de mi derecha.

El sonido de la puerta al abrirse (que no es el mismo al cerrarse) me anuncia el comienzo de un nuevo día; alguien que he elevado a la condición de dios, estira la mano y sube el interruptor haciendo brillar a mi sol artificial, que aunque pequeño y modesto, es personal. Jamás conocí a la persona que hace posible la luz en mi cuarto, nunca se ha acercado de modo tal de interrumpir la trayectoria de mi mirada hacia mi punto. No sé si será siempre el mismo, pero para mí es un dios. La luz de mi sol artificial es mi pequeño mar en donde mi mente (yo) se siente real, existente, dueña de un lugar en el espacio. Por las noches (cuando mi dios apaga la lámpara), todo es diferente, soy etéreo, volátil, espectral.

Recuerdo una vez una lucha encarnizada entre una polilla y la araña que mora por la vecindad de mi punto. El pobre insecto alado, en su ingenuidad fue atrapado por las redes de su verdugo. La pelea duró algunos minutos, que para mi fueron días. La araña ganó mi respeto. La araña es el guardián de mi punto.

Suelo pasar días con los ojos depositados en el nido esperando que la araña se asome; a veces pienso que ha muerto, pero siempre, finalmente aparece y me mira...

Hace varios años, el ruido me dijo que la puerta se había cerrado. Inesperadamente se volvió abrir.