domingo, 7 de junio de 2009

La Vista del Millón

Proliferan las chanclas de guiri, rds indumentaria insufrible y entrañable que ya tinta los rincones más solemnes del lugar. La Vía Augusta explota en un Sol poderosísimo y el vendaval visitante es imparable. El tren turístico desfila lleno de franceses y japoneses con cámaras fotográficas; y estos viajeros no dejan de tener semblante irrisorio en su ademán de quedarse embobados en su ruta de turismo enlatado. Es un enclave de privilegio, donde se ensambla el patrimonio romano y el mar azulísimo.

Ingleses, noruegos, rusos, suecos... todos caben en este esplendor veraniego, con el único contraste de un depauperado Parque de las Ranas en obras y arropado por vegetación. En el paseo, los turistas caminan bajo las palmeras, que cobijan a decenas de jubilados que arreglan el mundo a golpe de tertulia. Cerca, en uno de los bancos, una pareja detiene el tiempo devorándose entre palomas y el sonido de una Marsellesa tocada regular por un flautista que pide dinero.

Y ellos, los turistas avezados, siguen abundando: el inglés se caza al vuelo. Poco hay que saber de romanos para dejarse epatar por los resúmenes pictóricos de la ciudad que ofrece el Paseo de las Palmeras, a medida que se avanza de camino hacia la Rambla Nova. Ya en el balcón, un indigente pide dinero y su imagen contrasta con la de los nórdicos, ociosos y asquerosamente perfectos. Vaya dicotomía: un euro de caridad o para esas máquinas telescópicas con las que mirar al horizonte. Se antojan antiguas, poco fiables y nada concurridas.

"Tocar Ferro", el hábito secular, nos regala la vista del millón de dólares, de euros o de detalles. Porque Tarragona solo se completa plenamente desde aquí. El Puerto Deportivo, deliciosamente perfilado; la vía del tren, incordiosa y pelín sórdida; el paseo marítimo decorado con el lema de Tarracajorrani; la inmensa "T" en el césped de abajo y la escarpada pared de los suicidas; y las playas ya salpicadas de bañistas.

Sobran los adjetivos que hablen de majestuosidad y belleza. Esta perspectiva no cabe en mil palabras. Baste decir que la ciudad parece abrirse épica y eterna a la inmensidad. La peregrinación del viajero es obligada, aunque se impone el centro de reunión también para los de casa, que adoptan la llegada al Balcón como una rutina placentera, dulce y amabilísima.

Los tarraconenses que pululan por aquí (se perciben en los gestos, las formas y las pintas) son sabedores de est tesoro, acaso la añoranza urbana más íntima cuando se está lejos.

2 comentarios:

fantasias_fugaces dijo...

existe en Parque de las Ranas?

KrN

Anónimo dijo...

"aunque se impone el centro de reunión también para los de casa, que adoptan la llegada al Balcón como una rutina placentera, dulce y amabilísima.

Los tarraconenses que pululan por aquí (se perciben en los gestos, las formas y las pintas) son sabedores de est tesoro, acaso la añoranza urbana más íntima cuando se está lejos."

El día que me vaya una temporadita fuera, creo que te voy a pedir prestado este texto :)

http://www.flickr.com/photos/gilart/481630991/in/set-72157600388330715/

(DunaîS)