lunes, 22 de octubre de 2007

El Mal (intoducción)


Mal y miedo son gemelos siameses. Es imposible encontrarse con uno sin hacerlo al mismo tiempo con el otro. Quizás sean, incluso, dos nombres distintos para una misma experiencia: uno de ellos se refiere a lo que vemos u oímos y el otro a lo que sentimos; uno apunta al exterior, al mundo, hacia dentro de cada uno de nosotros. Lo que tememos es malo; lo que es malo nos produce temor.
Pero ¿qué es el mal? Así planteada, ésta es una pregunta irremisiblemente mal formulada, por mucho que nos obstinemos en hacérnosla incansablemente. Desde el momento mismo en que nos hacemos la pregunta, estamos condenados a buscarle una respuesta en vano. La pregunta ¿qué es el mal? es incontestable porque lo que tendemos a clasificar de "malo" o "malvado" es, precisamente, la clase de elemento negativo que no podemos entender ni, tan solo, expresar con claridad; y aun menos explicar a nuestra entera satisfacción. Llamamos "mal" a esa clase de hecho negativo por la misma razón por la que nos resulta inintenigible, inefable e inexplicable. El "mal" es aquello que desafía y hace añicos esa inteligilibidad que hace que el mundo sea habitable... Podemos decir qué es un "delito" porque disponemos de un código legislativo que todo acto delictivo vulnera. Sabemos lo que es "pecado" porque tenemos una lista de mandamientos cuya desobeciencia convierte a los infractores en pecadores. Recurrimos, sin embargo, a la idea del "mal" cuando no somos capaces de señalar la norma que ha sido infringida o saltada al producirse el acto para el que tratamos de hallar un nombre apropiado. Todos los marcos que poseemos y usamos para inscribir en ellos y tramar historias horrendas que nos resulten comprensibles (y que, de ese modo, nos lleguen ya desactivadas, desintoxicadas y domesticadas, o , lo que es lo mismo, nos resulten "llevaderas") se desmoronan y se deshacen cuando tratamos de estirarlos para dar cabida a las obras y actos negativos que denominamos "malos" o "malvados".
De ahí que tantos filósofos hayan abandonado todo intento de explicar la presencia del mal por considerarlo un proyecto sin esperanza de éxito y se hayan conformado con un simple enunciado de hecho, un "hecho en bruto", por así llamarlo, un hecho que ni pide ni admite mayor explicación: el mal es.
El mal tiende a ser invocado cuando insistimos en explicar lo inexplicable. Nos aferramos a él como último recurso en nuestra desesperada búsqueda de un objeto de la explicación, pero trasladarlo a la posición de un explanandum (el objeto de la explicación) nos obligaría a traspasar los límites de la razón humana.

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